Tan solo unas décadas atrás, hablar de abejas implicaba casi en el mismo acto reconocerlas sólo como productoras de miel. La reducción de todo lo que las abejas son y todos sus haceres en este plano quedaba focalizada a uno de los alimentos más destacados que entregan: la miel.
Hoy la destrucción ambiental producida por el ser humano crece a pasos agigantados. Ya no es posible disimularla. No es un problema del “futuro”, es algo que ya estamos vivenciando. La continuidad de la vida en la Tierra se está poniendo en riesgo y todo esto de alguna forma nos llevó a reconocer, destacar y apreciar otra función de las abejas: la polinización. Es decir, la posibilidad de llevar polen de una flor a otra y así fecundar flores que se transformen en frutos y para seguir generando alimentos.
Si nos retiramos o tomamos distancia, tratando de tener una mirada más amplia de la situación, podemos observar que una y otra vez lo que estamos destacando y valorando en las abejas son acciones o manifestaciones mecánicas.
El acto de polinizar. La producción de miel. Nuestra valoración no incluye otros aspectos del ser abeja, queda atrapada en expresiones materiales.
¿Qué sabemos del comportamiento social de ese misterio llamado colmena?
Si seguimos mirando la polinización con mayor profundidad, podemos empezar por destacar que no es la abeja la única que realiza esta acción, sino que son muchos los insectos polinizadores. Con lo cual, no solo deberíamos “salvar” a las abejas para garantizar nuestro alimento futuro, sino más bien pensar en una restauración ambiental en la que puedan regenerarse y desarrollarse diversos insectos polinizadores.
Pero la abeja vuelve a mostrar cualidades únicas en su forma de polinizar. Cada abeja, durante una salida de su colmena, es fiel a una flor y por lo tanto en el curso de un vuelo no transporta más que el polen de una sola especie de planta. ¿Qué nos puede estar diciendo esa fidelidad tan particular?
Con algo de imaginación podemos dejar por un momento a las abejas y elevar la función polinizadora al encuentro humano.
La riqueza que vive ahí, en ese encuentro, lleva en sí una potencia que en la mayor parte de las situaciones duerme esperando ansiosa poder manifestarse. Y no estoy reduciendo el encuentro humano a la procreación, sino a las posibilidades que viven cuando dos seres se relacionan.
Si nos observamos, muchos encuentros se nos escapan priorizando nuestro deseo de expresar, decir o manifestar algo. Dejamos muy poco espacio para escuchar con atención lo que la otra persona tiene para compartir y así se escurre una posibilidad divina.
Por otra parte, cuando esa reunión sucede en un ámbito vivo, permeable, aparece lo nuevo. Nos vamos con algo que no imaginábamos, con el germen de algo nuevo, con la flor polinizada que se encamina hacia el fruto.
Imaginemos ahora que al abrir un paquete o frasco de un alimento pudiéramos en ese mismo instante percibir las imágenes de todo lo que vive detrás de ese alimento que vamos a ingerir. El ámbito donde se produce, la huerta, la granja, el campo. Las relaciones entre las personas que trabajan en esa granja. La relación entre los animales que habitan ese espacio. La mirada profunda, meditativa de esas vacas que lo entienden todo. El compost vivo que se repone en la tierra que entregó los frutos que vamos a procesar. Las manos que trabajan esa tierra, las semillas, la planta que crece, las abejas que visitan las flores de esa planta, sus frutos, la maduración del fruto, la cosecha, el fruto picado por un ave que tomará otro destino. El olor de una granja saludable. La fruta que hierve en el azúcar, la prensa que arroja pulpas de tomates, la fermentación lenta que se extiende en el tiempo. El tiempo que transcurre. El aroma del alimento que se transforma, la nueva textura que resulta, el frasco, los cuidados higiénicos, el envasado, la etiqueta, la alegría de la tarea realizada, todo.
Detrás de un alimento late una esperanza, una oportunidad y una posibilidad de regeneración social y ambiental. El encuentro humano puede empaparse de una acción polinizadora y dar origen a una nueva forma de vincularnos. Las abejas nos muestran el camino. Ellas se entregan por su comunidad, priorizan el grupo, la colmena. ¿Qué pasaría en la Tierra si al momento de elegir nuestros alimentos priorizáramos la comunidad?
Alex von Foerster
Este texto forma parte de la Bitácora artesanal de la caja Del Arca.
La propuesta de Del Arca es un deseo puesto en acción que abre nuevas posibilidades; es una oportunidad para agradecer lo hecho, lo logrado, lo compartido, y es una forma de construir, regenerar y transformar. Un punto de encuentro para inspirar buenas prácticas en el ambiente, en las comunidades y en vos mismo/a.
Ya queda muy poquitas caja!. ACÁ podes conseguir la tuya.
El título de la imagen es: “El universo en una canasta”
Técnica: Ilustración realizada con técnica mixta de dibujo, acuarela y tinta
a mano con composición digital.
Artistas: Florencia Soledad Rey, Martín Cacios, Andrés La Penna.
También lo encontraste en la Bitácora artesanal.